El Señor desea derramar abundantes bendiciones sobre cada uno de nosotros. El pasaje de hoy deja clara la condición para recibir lo mejor de Él: nuestra entrega plena. Cada parte de nuestro ser —cuerpo, alma y espíritu— debe ser un sacrificio vivo.
En el Antiguo Testamento, los sacrificios eran una práctica común. Para expiar el pecado, una persona traía un animal al altar, el cual era apartado para los propósitos de Dios como una ofrenda santa. Su muerte simbolizaba la restitución por el pecado cometido.
Gracias a Dios, no necesitamos derramar sangre al entregarnos a Dios. Cristo ya murió por nuestros pecados. Por amor y gratitud, debemos dedicarle toda nuestra vida.
¿Qué implica una vida de entrega? Lo más importante, es el compromiso con Cristo. El Espíritu de Dios nos guía, y hacer su voluntad es la meta. Rendirse a Él significa seguir su camino en actitud, palabras, pensamientos y acciones, y hacerlo sin disculparse, con firmeza y sin miedo.
Entregar nuestra vida a Cristo no es un camino fácil; significa morir a nuestros deseos y al egoísmo. Pero recuerda que el Señor está dispuesto y es capaz de hacer más de lo que podríamos imaginar (Ef 3.20).
BIBLIA EN UN AÑO: JEREMÍAS 46-48