De una u otra manera, todos estamos siendo purificados por las pruebas que Dios permite que lleguen a nuestra vida. El proceso nunca es cómodo, pero expone todo lo que “carece” de valor, y nos da la oportunidad de lidiar con ello.
El rey Ezequías tuvo esa oportunidad en el apogeo de su asombroso reinado. Acababa de presenciar cómo Dios derrotó de manera espectacular a Senaquerib y los ejércitos asirios. Después, Dios lo sanó de una enfermedad mortal y también le ofreció una señal sobrenatural que hizo que la sombra del sol retrocediera diez grados en el reloj (Is 38.5, 8).
Después de estos milagros, unos emisarios de Babilonia se acercaron a Ezequías con halagos. ¿Cedería al orgullo y se dejaría llevar por una visión engrandecida de sí mismo? La Biblia nos dice: “Dios lo dejó, para probarle, para hacer conocer todo lo que estaba en su corazón” (2 Cr 32.31). Como resultado de esta prueba, quedó expuesto su orgullo.
Reflexione en cuanto a su propia vida y pida al Padre celestial que le revele cualquier pecado oculto. Aunque el proceso pueda resultar incómodo, recuerde que el Señor le guía con amor e intercede por usted. Él tiene las herramientas necesarias, así que las usará únicamente para su bien (Lc 3.17; 21.18).
BIBLIA EN UN AÑO: MARCOS 8-9