Tal vez usted ha visto la calcomanía de un auto con una cara triste y lastimera con las palabras: “Mi vida antes de Cristo”, y junto a ella: “¡Mi vida después de Cristo!” con una cara muy feliz. Es una idea bonita, pero eso no es cierto. Tener fe en Jesucristo no siempre “pondrá una sonrisa en su rostro”. Afirmar lo contrario solo agrava el dolor que muchas personas ya sienten debido a la vergüenza y la tristeza.
Fotografía por Dan Saelinger
Es por eso que, durante más de veinte años, he comenzado la mayoría de los días viernes por la mañana con mis amigos Rod y Mike. Confío en estos hombres más que en cualquier otra persona que haya conocido. La libertad de ser sincero me ha dado un alivio extraordinario, incluso una gran alegría. Estos amigos me han ayudado a comprender que vivir por gracia significa aceptar toda mi historia—el lado esplendoroso y el oscuro. Reconocer que tengo un lado sombrío me ha permitido descubrir quién soy en realidad y lo que significa la gracia de Dios.
Por favor, ¿de dónde sacamos la idea de que alguna vez llegaremos a ser las personas que creemos que deberíamos ser? Las páginas de la Biblia están llenas de historias de fragilidad y quebrantamiento. Todos los personajes bíblicos que amamos y admiramos eran una mezcla compleja de fortalezas y debilidades. David, Abraham, Lot, Saúl, Salomón, Rahab y Sara —estos son nombres de hombres y mujeres valientes, dedicados y santos que, en ocasiones, también fallaron. Eran personas que podían ser defensoras de la fe un minuto, y el siguiente, sentirse inseguras y dudar.
Podríamos esperar que los personajes del Nuevo Testamento ofrecieran algo mejor, pero no fue así. Esto fue lo que ocurrió con quienes el Señor Jesús llamaba amigos. Prostitutas, marginados, personas con problemas mentales, recaudadores de impuestos, adúlteros, fracasados de todo tipo —sus discípulos a duras penas fueron unos virtuosos. Eran impulsivos, perezosos, deshonestos y egoístas. Los personajes bíblicos de ambos Testamentos eran, como dicen los jóvenes hoy en día, un completo desastre. Creo que ya es hora de que reconozcamos que la Biblia desmonta la ilusión de una vida sin fracturas y llama a los seguidores del Señor Jesús a dejar de ocultarse. La Biblia muestra que cada uno de nosotros es un conjunto de paradojas, y nos asegura que no hay en lo absoluto ninguna excepción.
Las enseñanzas del Señor muestran que la vida que anhelamos a menudo está oculta en medio de la fragilidad; que la vida sencilla que Él ofrece suele comenzar en la complejidad. “Dios bendice a los que son pobres en espíritu y se dan cuenta de la necesidad que tienen de Él” dijo el Señor (Mt 5.3 NTV). La amistad más auténtica con Dios surge a través de las experiencias más dolorosas de la vida. Así como no puede haber vino ni pan si la uva y el grano no son triturados, tampoco hay cosecha si la semilla no cae en la tierra y muere.
El relato de Marcos sobre el encuentro del Señor Jesucristo con un hombre autodestructivo y poseído por demonios, refleja esta verdad. Después de la súplica poco cordial del pobre hombre de que lo dejara en paz, el Señor le preguntó: “¿Cómo te llamas?” (Mr 5.9). Su interés por alguien que todos ya habían descartado envió un mensaje: Quien tú eres me importa mucho.
Sin duda, me identifico con esto. Durante años, anhelé saber quién era yo en realidad. Pero al alejarme de mi Creador, fui “poseído” por otras influencias. De ellas aprendí a vincular mi identidad más con lo que hago que con lo que soy. Esto me llevó a esforzarme sin descanso a tener más habilidades, superioridad, talentos o capacitación. Mi necesidad de ser todo para todos llegó a ser abrumadora.
Pero la identidad es algo que solo Dios puede darnos. Siendo que Dios creó al hombre poseído por demonios, solo el Él sabía con exactitud cómo podía resolver el misterio de su desgarramiento. El Señor trató su tragedia de una manera espectacular. La solución, expulsar sus muchos demonios a una piara de cerdos, fue poco convencional e impredecible (Mr 5.10-13). Luego, cuando el Señor estaba a punto de marcharse, el hombre que le había suplicado que lo dejara en paz, rogaba que le permitiera ir con él (Mr 5.18). ¡Qué transformación tan radical! Al encontrar al Señor Jesús, el hombre que estaba fuera de sí encontró su verdadera identidad, y al encontrar su identidad, encontró al Señor. Una vez que supo quién era en realidad, un hijo amado de Dios y amigo del Señor Jesucristo, estuvo listo para reintegrarse a la condición humana. Por eso, el Señor le dijo que regresara a su hogar y viviera y disfrutara la vida para la cual había sido creado.
He reflexionado sobre esta historia durante muchos años y aún hay cosas que no entiendo. Sin embargo, es evidente que el Señor amó al hombre de una manera que este nunca había experimentado antes. Y no lo amó por ninguna de las razones que esperaríamos. El Señor Jesucristo se preocupó por él, no por sus habilidades, superioridad, talentos o capacitación. En su estado anterior, él no tenía ninguna de esas cosas. El amor de Cristo dependía de una sola cosa: de quién es Jesús. Eso no tenía nada que ver con el hombre, sino con el carácter y la naturaleza incomparable del Salvador.
Hace años, tuve el compromiso de ser orador durante un mes en un campamento cristiano en Nueva York. Mi esposa y mis hijos venían conmigo, pero sabíamos que, al llegar, mis días estarían llenos de actividades. Así que tomamos una semana entera para hacer el viaje, permitiéndonos disfrutar de tiempo de calidad juntos como familia. Me alegro de que lo hiciéramos, porque al llegar, comencé a trabajar de inmediato. Días después, mientras estaba en una reunión, vi de reojo a alguien caminando de un lado a otro al final de un largo pasillo. Al principio, no le di importancia. Pero al continuar haciéndolo di un giro y descubrí que era nuestro hijo de 3 años, Will. Cuando pasó a plena vista de mí, disminuyó la velocidad y miró en mi dirección. Distraído y también preocupado por lo que él podría estar pensando, esperé a que volviera a pasar y le hice señas para que viniera hacia mí. Nunca olvidaré la expresión de pura alegría, alivio y deleite en su rostro. Primero caminó y luego corrió hacia donde yo estaba esperando, gritando: “¡Él me quiere! ¡Sí! ¡Él me quiere!”.
¿Y usted? ¿Pasa sus días corriendo con frenesí de un lado a otro, angustiado, preguntándose, temiendo y temblando por lo Dios piensa de usted? Si es así, tengo una maravillosa noticia. El Señor Jesucristo quiere tomarle de la mano y guiarle hacia su verdadero yo, la persona que en realidad es, la persona a quien Él tuvo en mente cuando le creó. Su manera de verse a sí mismo puede cambiar si se mira como Dios le ve: como alguien profundamente amado, completamente perdonado y eternamente libre.