¿Alguna vez se ha preguntado por qué la paz es tan esquiva? No se hace referencia a la ausencia de guerra o de conflictos, sino a una paz interior que brinda una calma y bienestar. Es fácil mantener un espíritu tranquilo cuando todo va bien, pero ¿qué sucede cuando nuestro mundo personal se desmorona? ¿La paz se esfuma con rapidez cuando cambian las circunstancias?
Jesucristo ofrece a sus seguidores una paz que perdura incluso en las situaciones más difíciles: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Jn 14.27). Si usted es cristiano, quizás ha experimentado una paz inexplicable que le sostiene en medio de una crisis. Sin embargo, tal vez se pregunte por qué no la vive de manera constante. Todos quisiéramos que la paz llegara de manera automática, pero la promesa del Señor Jesús incluye un mandato: no permitir que el corazón se turbe ni tenga miedo. Su paz es un regalo, pero nuestra respuesta a ella suele determinar si la experimentamos.
La palabra griega traducida como “paz” en el Nuevo Testamento proviene de un verbo que significa “unir”, y eso es justo lo que hace. A través de Cristo, tres áreas separadas por el pecado son reconciliadas; imagínese la paz de Dios como un taburete de tres patas:
Paz con Dios. La primera pata esencial es la reconciliación con Dios. Todos nacemos pecadores y alejados del Señor, y según Isaías 48.22, “no hay paz para los malos”. Pero Dios tomó la iniciativa de restaurar la relación con Él, enviando a su Hijo a morir en la cruz y cargar con el castigo de nuestros pecados. Si confiamos en Cristo para recibir perdón y reconciliación, tendremos paz con Dios (Ro 5.1). En lugar de ser enemigos de Dios, nos convertimos en sus hijos amados, unidos a Él con un vínculo inquebrantable.
La paz de Dios. Una vez que hemos sido reconciliados con el Padre celestial por la fe en Cristo, podemos experimentar la segunda pata de la paz: la paz de Dios, que guarda nuestro corazón y nuestra mente (Fil 4.7). No es algo que podamos producir mediante ejercicios de relajación o pensamientos positivos. La paz de Dios es generada por el Espíritu que habita en cada creyente (Ga 5.22, 23).
El Señor ha provisto todo lo necesario para que experimentemos paz en nuestro corazón y en nuestra mente. Por lo tanto, si nuestro espíritu sigue inquieto, es necesario examinarnos a nosotros mismos. Dado que la paz de Cristo no depende de las circunstancias, el problema no radica en nuestra situación, sino en nuestra respuesta a ella. Podríamos estar albergando actitudes, patrones de pensamiento o emociones pecaminosas que nos roban la paz. La ira, la impaciencia, la amargura, el resentimiento y la preocupación son evidencia de que no estamos andando en el Espíritu.
Pablo dijo: “Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz” (Ro 8.6). Cada vez que nuestros pensamientos, deseos o expectativas no están alineados con el Espíritu Santo, estamos en conflicto con Él y no podemos tener paz. “Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis” (Ga 5.17). La paz como fruto del Espíritu solo se manifiesta cuando la vida está unida a Él en sumisión y obediencia.
Paz con los demás. La última pata del taburete es la paz con otras personas. Aunque hemos comparado la paz con las patas separadas en un taburete, que parecen independientes entre sí, en realidad están conectadas. A menos que tengamos paz con Dios, no podemos tener la paz de Dios. Y para vivir en paz con los demás, su paz debe estar gobernando en nuestro interior.
Muchas de las emociones que causan turbulencia interna también nos impiden tener relaciones armoniosas Piénselo: ¿cómo podemos vivir en paz con los demás si estamos llenos de celos, resentimiento, falta de perdón, ira o amargura? ¡No es posible!
Habrá momentos en que las personas le ofendan, le traten mal o hablen de usted con comentarios hirientes o falsos. Estas situaciones son inevitables, pero no tiene que responder de manera pecaminosa. Cuando enfrente tales agravios, pídale a Dios la gracia para hacer lo que Él ha mandado: “Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros” (Col 3.12, 13).
¿Recuerda el significado de la palabra griega traducida como paz: “unir lo que estaba separado”? En Cristo, hemos sido reconciliados con el Padre celestial, unidos en sumisión al Espíritu Santo y entrelazados con otros creyentes en un solo cuerpo. La paz genuina y estable requiere las tres patas del taburete, y cada una proviene de una relación con Dios a través de Jesucristo. Solo así tendremos paz como un río que fluye por nuestra vida en cada circunstancia.
Reflexione
¿Le falta alguna parte de la triple paz de Dios? Si es cristiano, ya tiene paz con Dios, pero mantener las otras dos requiere cooperación con el Espíritu Santo. Felizmente, hay ciertas prácticas que pueden ayudar.
LA PALABRA DE DIOS (Sal 119.165). Leer la Biblia con regularidad calmará el corazón y llenará la mente con la verdad. ¿Filtra usted su percepción de las situaciones a través de las promesas, los propósitos, el poder y provisión del Señor? ¿Sus pensamientos y emociones revelan confianza o desconfianza en Dios?
LA OBEDIENCIA (Fil 4.9). ¿Hay alguna rebeldía en su espíritu? ¿Duda de la bondad y el amor de Dios, o se impacienta si Él no cambia la situación con tanta rapidez como usted desea? ¿Alberga falta de perdón, ira o resentimiento contra alguien que le ha lastimado? ¿Recrea y revive la ofensa en vez de pensar en lo que es bueno, honorable y verdadero? Todas estas formas sutiles de desobediencia son obstáculos para la paz.
LA ORACIÓN (Fil 4.6, 7). En vez de estar ansiosos, debemos orar por todo. ¿Lleva sus preocupaciones y temores al Señor y los deja con Él, o es usted rápido para volver a tomarlos?
Ore
Padre Celestial, eres el Señor de la paz. Por lo tanto, te pido que me concedas tu paz en cada circunstancia, para que ella pueda fluir en todas mis relaciones (2 Ts 3.16). En el nombre del Señor Jesús. Amén.
Medite
Póngalo en práctica
El Señor Jesús dijo a sus discípulos: “No se turbe vuestro corazón” (Jn 14.1). No hay un interruptor para apagar un corazón turbado, pero el Señor también explicó cómo hacerlo: creer en Dios y confiar en lo que Él dice (Jn 14.1).
La próxima vez que su corazón esté turbado, acuda de inmediato a la Palabra de Dios. A medida que aprenda de la grandeza, la bondad y el amor del Señor, su confianza en Él aumentará y las preocupaciones de su corazón disminuirán (Is 26.3). También puede ir al Padre celestial en oración y echar sobre Él toda su ansiedad, sabiendo que Él cuida de usted (1 P 5.7).