La mayoría de nosotros nos identificamos por nombres, relaciones, profesiones o incluso lugares. Pero si somos cristianos, tenemos una identidad que nos conecta con el Señor Jesucristo. La Biblia usa la breve frase “en Cristo” para describir este aspecto de quiénes somos. Por lo tanto, cuando consideremos nuestra verdadera identidad, siempre debemos tener en cuenta quiénes somos en el Señor. Esto es de vital importancia porque es fácil desarrollar una visión errónea de nosotros mismos basada en sentimientos y experiencias en el pasado. Saber y creer lo que Dios dice acerca de nosotros en su Palabra es la clave para vivir nuestra verdadera identidad en Cristo. Un buen lugar para comenzar es Efesios 1.1-14, que explica de manera concisa quiénes somos en el Señor y qué bendiciones nos pertenecen como resultado.
Ilustración por Michael Morgenstern
Santos elegidos. Pablo dirigió su carta a los santos, que significa “apartados”, y explicó que Dios nos eligió en Cristo “antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de Él” (Ef 1.4). Puede parecer que vivimos en una paradoja: aunque somos llamados santos, sabemos que nuestras actitudes, pensamientos, palabras y acciones a menudo no están a la altura de la santidad. Para reconciliar nuestras propias experiencias con lo que la Biblia dice acerca de nosotros, debemos entender lo que ocurrió cuando recibimos la salvación.
En ese momento, cada uno de nosotros fue transformado al instante, a través de la recreación divina de nuestro ser interior. Lo que tuvo lugar puede no haber sido acompañado de la percepción de algún cambio, pero ya no éramos más las personas que una vez fuimos. Tampoco podemos volver jamás a nuestra antigua identidad. Dios declara que, a partir de ese momento, somos santos y sin mancha porque Él nos ha vestido con la justicia de su Hijo.
Posesiones redimidas. Antes de recibir la salvación, éramos esclavos del pecado (Jn 8.34), pero el Señor Jesús nos redimió al tomar nuestros pecados sobre sí mismo y morir en nuestro lugar. En este gran intercambio, recibimos perdón completo, y la justicia de Cristo fue acreditada a nuestra cuenta. Ahora Él es nuestro Señor y Maestro, y le pertenecemos. Es por eso que algunas personas no tienen interés en Cristo y la salvación: no quieren que nadie tenga autoridad sobre ellas.
A veces, incluso nosotros nos sentimos amenazados por el señorío de Cristo debido al deseo de controlar nuestra propia vida; aunque podemos apresurarnos en decir que Jesucristo es el Señor, nuestras acciones cuentan una historia diferente. En realidad, nos hemos colocado a nosotros mismos en el trono, y eso es idolatría. Es un intento de competir con el Señor, quien nos amó lo suficiente como para salvarnos.
Hijos adoptados. En un tiempo fuimos enemigos de Dios, pero ahora, en Cristo Jesús, somos sus amados hijos y debemos vernos de esa manera (Ro 5.10; Col 1.21; Ef 1.4, 5). Además, nuestras vidas deben reflejar esta nueva identidad. Así como los hijos se parecen a sus padres y asumen sus valores, actitudes y prácticas, nosotros debemos imitar a nuestro Padre celestial al comportarnos y hablar de maneras que muestren el parecido familiar.
Herederos con Cristo. Una de las bendiciones de ser adoptados en la familia de Dios es que, como sus hijos, somos coherederos con Cristo (Ro 8.17). De hecho, ya hemos obtenido una herencia porque Dios nos predestinó para tenerla (Ef 1.11). Para reforzar su promesa de esta bendición, nos dio el Espíritu Santo de la promesa (Ef 1.13, 14). La herencia ya es nuestra a los ojos de Dios, pero se revelará cuando el Señor Jesús regrese; hasta entonces, permanece incorruptible, incontaminada e inmarcesible, y está reservada para nosotros en los cielos por el Dios Todopoderoso (1 P 1.4).
Descanso seguro. Vivir en nuestra verdadera identidad en Cristo es evidencia de nuestra seguridad eterna. Una vez que recibimos al Señor Jesús como Salvador, somos sellados y entregados al cuidado y a la protección de Dios. Nada puede deshacer la obra de Cristo a nuestro favor ni separarnos de su amor. No hicimos nada para salvarnos a nosotros mismos, ni podemos hacer nada para pagar nuestra salvación. Dios nos salvó por gracia, nos mantiene por gracia y nos llevará sin duda a su reino eterno por gracia. Estamos del todo seguros en nuestro Salvador.
Considerando todo lo que Dios ha hecho por nosotros en Cristo, no deberíamos conformarnos con menos que vernos como Él nos ve. Cada vez que nos comportamos de manera inconsistente con nuestra verdadera identidad en Él, actuamos de una forma que no nos representa e intentamos tomar las riendas de nuestra vida. Nuestros pensamientos y nuestro comportamiento deben estar integrados con lo que somos en realidad. Si entendemos estas verdades, estaremos motivados a vivir como santos, en pureza y obediencia.
¿Está viendo quién es a través de los ojos de Dios, o deja que sus sentimientos y experiencias definan su identidad? La vida cristiana solo puede vivirse por fe en lo que Dios dice. Por lo tanto, si usted ignora su verdadera identidad en Cristo, está caminando por vista en vez de hacerlo por fe.
¿Sus fracasos y pecados le hacen conformarse con menos de lo que Dios ha prometido? La única manera de vivir con estabilidad y seguridad es conocer y creer lo que Él ha hecho por usted en Cristo. Eso le da una base segura de fe desde la cual puede vencer al pecado habitual, destruir los falsos ídolos, superar la inseguridad y las dudas, y descansar en la suficiencia de su gracia.