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Frases vacías

Cuando se trata del dolor y el duelo, no hay una solución sencilla. Pero existen maneras de ayudar a quienes sufren.

Carol Barnier 21 de septiembre de 2025

Mi amiga Linda decidió visitar a Jenna, una joven que había sufrido un aborto natural unos días antes. El duelo y la pérdida que esta mujer atravesó fueron una herida tan profunda como ninguna otra que hubiera sufrido antes. Muchos de sus amigos y familiares intentaron decir algo para consolarla, pero la mayoría apenas tuvo un impacto pequeño. Sin embargo, Linda compartió algo que, de hecho, hizo reír a Jenna. 

¿Qué fue eso?

Fotografía por Tiffany Forrester

Esta sabia amiga dijo: “Déjame adivinar todas las frases de ánimo que has escuchado en estos días”. Y comenzó a enumerarlas, una por una:

  • Siempre puedes intentarlo de nuevo.

  • Tal vez fue lo mejor, ya que esta es la forma que tiene la naturaleza de eliminar a un bebé que nacería con problemas.

  • Da gracias que el embarazo no estaba en una etapa más avanzada.

  • Quizás no era el momento adecuado para tener el bebé.

  • Bueno, de todas formas no lo habías planeado.

  • Dios nunca nos da más de lo que podemos soportar.

  • No podemos cuestionar la voluntad de Dios.

Jenna había escuchado cada una de ellas. Incluso añadió algunas más por si acaso, y surgió el alivio sanador de la risa. 

Todos hemos escuchado este tipo de frases antes. Puede que incluso las hayamos usado nosotros mismos. Después de todo, la mayoría contiene una parte de verdad y nuestras intenciones son buenas. Entonces, ¿por qué no funcionan? ¿Cómo es que nuestras palabras de consuelo terminan sintiéndose tan trilladas e inútiles, nada más que simples frases vacías?

Primero, póngase en el lugar de la persona que está sufriendo.

Cuando usted y yo decimos: “Siempre puedes intentarlo de nuevo”, ella: No para ESTE bebé, no puedo. Este ser humano único que yo ya amaba se ha ido. No hay una segunda oportunidad para este niño.

Cuando decimos, “Velo como una bendición,” ella piensa: ¿En serio? Entonces, tal vez debería esperar y pedirle a Dios me bendiga con catorce pérdidas más, para poder ser de verdad bendecida. De verdad, preferiría que bendijera a otra persona.

Usted capta la idea. Por lo general, nuestras intenciones son buenas. Pero, si somos sinceros, a veces soltamos una frase simplista porque es una curita rápida que nos permite alejarnos lo más pronto posible de ese territorio tan incómodo. Cualquiera que sea la razón, estas declaraciones de “supérelo” no penetran y pueden hacernos sentir como si estuviéramos lanzando algo contra una pared de ladrillos.

Cuando damos estas respuestas simplistas, por lo general nuestro objetivo es ayudar a las personas afligidas a encontrar una perspectiva mejor, menos dolorosa, sobre su sufrimiento. Pero ese es el problema: el duelo no se debe a una falta de perspectiva.

Cuando tratamos de consolar a alguien que está sufriendo, el objetivo no es hacer que la persona se sienta mejor. Es estar ahí mientras la persona se siente peor. El duelo no debe evitarse; debe experimentarse. Procesarse. Soportarse. No esconderse. Es un camino que hay que recorrer. Lanzar frases hechas a alguien que sufre, incluso con las mejores intenciones, se siente como si estuviéramos intentando minimizar lo que esa persona está sintiendo, como si hubiéramos encontrado muchas maneras de decir: “En realidad no es tan malo”.

La taza vacía

Cuando el duelo llega a nuestra puerta, hay trabajo por hacer. Es como si nos entregaran una taza invisible que debe llenarse. Cada lágrima que derramamos, cada crisis inesperada en el supermercado, cada objeto que tocamos y que inunda nuestra mente con recuerdos, cada día oscuro que parece no tener fin, todo esto se añade a nuestra taza. El duelo no terminará hasta que la taza esté llena. Pero aquí está el problema: no sabemos qué tan grande es la taza. Al final, estará llena cuando esté llena.

No hay una fórmula para llenar esa taza de forma correcta. No asuma que lo que funcionó para usted funcionará para otra persona. Nuestra tarea es tan solo estar con la persona mientras ella hace lo que tenga que hacer. Llegará un momento, mucho más adelante, en el que quizás sí quiera escuchar palabras positivas y alentadoras, cuando necesite que todo esto tenga algún tipo de sentido. Pero no hasta que la persona indique que está lista para seguir adelante. Por ahora, solo necesita tiempo para aceptar ese dolor por completo.

El ejemplo de Cristo

En el capítulo 11 del Evangelio de Juan, el Señor Jesús demuestra cómo es la compasión cuando se trata de interactuar con personas en diferentes etapas del duelo. Él pone este concepto en acción justo en el nivel del corazón. María y Marta acababan de perder a su hermano Lázaro. El Señor había sabido desde hacía días que su amigo iba a morir. Y también sabía, con la misma certeza, que iba a resucitar a Lázaro de entre los muertos.

Cuando el Señor llegó, encontró a ambas hermanas necesitadas de su compañía, pero su respuesta a cada una fue muy diferente. Marta estaba dispuesta a conversar. Solo quería entender, así que al escuchar que el Señor venía, salió a su encuentro y le dijo: “Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto” (Jn 11.21). Pero el dolor profundo de María se manifestó de otra forma. Cuando otros salieron a recibir al Señor Jesús, ella se quedó atrás y tuvo que ser llamada.

Lo que sigue es fascinante, pues nos ofrece una lección sobre cómo podemos acompañar mejor a una persona enlutada. El Señor sabía que estaba a punto de resucitar a Lázaro y que la causa de las lágrimas de María estaba por desvanecerse. Usted y yo podríamos estar tentados a lanzar comentarios de “todo estará bien” aquí y allá. Pero eso es lo que hace que sea extraordinario lo que el Señor Jesús hace después.

Él lloró.

No trató de convencer a María de que no estuviera triste. No le dijo palabras con la intención de darle una perspectiva mejor de la situación. Su empatía y su compasión le permitieron unir su dolor con el de ella.

Él sabía lo que ella necesitaba. Ahora bien, el Señor Jesús tenía una ventaja: podía ver las necesidades de las personas con visión divina. Nosotros no contamos con esa mirada al corazón. Tendremos que buscar las señales, hacer muchas preguntas, guardar silencio en ocasiones, y dejar que las personas a las que queremos ayudar nos guíen en nuestro ministerio hacia ellas.

“Esto es lo que necesito” 

Un buen amigo mío había estado soltero tanto tiempo que ninguno de nosotros estaba seguro de que alguna vez se casaría. Ninguna relación parecía “funcionar”. Luego conoció a Sandy, y nació una historia de amor. En pocos meses quedó claro que ese era el gran romance de su vida. Pero poco después de su boda, Sandy trágicamente desarrolló el cáncer que pronto le quitaría la vida. Cuando mi esposo y yo pasamos a visitarla, no estábamos seguros de qué decirle. Pero Sandy había tomado una actitud proactiva creando un panfleto titulado “Esto es lo que necesito” que recibían todos los visitantes en la puerta. En él, dejaba muy claro qué cosas no quería escuchar y qué cosas le gustaría oír más. En otras palabras, mostraba con claridad cómo podíamos ministrar mejor a esta mujer tan querida. Tener sugerencias concretas fue un alivio, y nos permitió ser una bendición para ella en maneras significativas.

La mayoría de las personas que sufren no tienen la capacidad de articular con tanta precisión lo que necesitan. Por lo general, no hay un manual que nos dé un mapa para proceder de la mejor manera, así que aprendí a dejar frases en una canasta junto a la puerta. Ella necesitaba que llegáramos con una actitud de servicio, de escuchar, de cuidar, de compartir el dolor. Nuestro papel era hacer el duro trabajo de ser el oído compasivo, escuchar lo que ella tenía que decir (e incluso lo que no decía).

A veces, es más útil adentrarse en el duelo que alejarse de él. En vez de lanzar una respuesta fácil o insensible, que en realidad podría causar más dolor, podemos allanar el camino para quienes sufren, eliminando los obstáculos y las distracciones que les impiden hacer el trabajo de llenar su taza.

O, si tenemos el valor del silencio, quizás —como el Señor Jesús— podamos llorar también.

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