La Biblia está llena de promesas sobre la gracia de Dios, pero a veces dejamos que nuestra culpa por el pecado supere la verdad. ¿El resultado? Nos negamos a perdonar, sobre todo a nosotros mismos. Podríamos pensar que estamos haciendo algo noble, exigiéndonos a nosotros mismos un estándar más alto. Sin embargo, negarse a perdonarse a uno mismo es en realidad una forma de orgullo. Cuando no dejamos que la gracia de Dios cubra nuestras fallas, es como si creyéramos que nuestra evaluación del pecado es mejor o más precisa que la de Dios.
Ilustración por Jeff Gregory
A través de Moisés, Dios le dice a su pueblo: “Santos seréis, porque santo soy yo Jehová vuestro Dios” (Lv 19.2). Y una manera en la que Él expresa su santidad es a través del generoso perdón que extiende, apartando de nosotros nuestros pecados “como lejos del oriente está el occidente” (Sal 103.12 NVI). A medida que maduramos en nuestra fe cristiana, reflejamos la santidad de Dios extendiendo el perdón de la misma manera en la que Él lo hace, incluso, o quizás en especial, a nosotros mismos.
Puede ser difícil ponerse de acuerdo con Dios y perdonarse de verdad a uno mismo, así como hemos sido perdonados. Pero esperamos que las observaciones y ejercicios en esta guía le liberen del dominio de la falta de perdón, tal como el Señor Jesús lo quiere. La verdad es que perdonarse a uno mismo no es algo que se domina de una vez; es una habilidad que usted practicará a lo largo de la vida. A veces, la vieja culpa vuelve a surgir. Pero cada vez que procese estas sugerencias, desarrollará su capacidad para responder con gracia en lugar de condenación. “Cristo nos libertó para que vivamos en libertad” (Ga 5.1 NVI), y eso incluye extender gracia a nosotros mismos.
Una evaluación sincera
Quizás se esté preguntando: ¿Qué significa en realidad perdonarme a mí mismo? ¿No es suficiente saber que Dios me ha perdonado?
En pocas palabras, perdonarse a uno mismo significa pasar de creer en el perdón, a vivir de acuerdo con el perdón que ya nos pertenece. Y hay una diferencia significativa entre los dos. Saber y confiar que somos perdonados en Cristo es un primer paso crucial. Pero si nunca vivimos esa abundancia, corremos el riesgo de negar la gracia que Dios quiere derramar sobre nosotros como sus hijos amados.
Entonces, ¿cómo sabemos si estamos atrapados en una prisión de falta de perdón? ¿Cuál es la diferencia entre estar convencidos de nuestro pecado y quedarnos en un punto muerto de culpa y vergüenza? La presencia de una inquietud espiritual, emocional y mental, en particular cuando estamos solos con nuestros pensamientos, puede ser un buen indicador.
Cuando usted se despierta, ¿cuáles son sus primeros pensamientos? Tómese unos minutos más cada mañana para contemplarlos y etiquetarlos. Quizás haya notado la presencia de ira, vergüenza o amargura en su espíritu, pero no es capaz de darse cuenta con exactitud por qué.
Cuando se está quedando dormido por la noche, ¿revisa sus fracasos? ¿Comienza a rumiar sobre transgresiones pasadas, incluso después de haberse arrepentido y buscado perdón?
¿Le pide a Dios una y otra vez que le perdone por el mismo asunto?
Si esto le suena familiar, puede indicar que está luchando por perdonarse a sí mismo. Anímese: la Palabra de Dios nos dice que estamos invitados a la renovación interna diaria a través del poder del Espíritu Santo (2 Co 4.16). Nunca es demasiado tarde para comenzar de nuevo, para aprender a caminar en la gracia y el perdón hacia uno mismo.
Cambie su enfoque
Una vez que hemos reconocido las maneras en que la falta de perdón nos ha mantenido enfocados en algo distinto al corazón generoso de Dios, somos libres de alinearnos con su impresionante perdón para nosotros. Es una práctica que se vuelve más fácil con el tiempo, pero puede ser difícil saber por dónde empezar. A continuación, se presentan algunos pasos que puede tomar en un espíritu de oración. Piense en la posibilidad de mantener un diario y un bolígrafo cerca. También, trate de encontrar un lugar tranquilo donde pueda procesar estos pensamientos con Dios.
Si llega a sentir incomodidad, respire profundo unas cuantas veces: inhale por la nariz y exhale por la boca. Esta simple acción desencadena algo que los médicos llaman la “respuesta de relajación”, que reduce la frecuencia cardíaca, la presión arterial y las hormonas del estrés en el cuerpo. Y cada vez que respire, haga una oración sencilla para ayudarle a comenzar a enfocarse en el Señor. Por ejemplo, pruebe una de las siguientes oraciones o cree la suya propia a partir de un pasaje de las Sagradas Escrituras. (El libro de los Salmos es una excelente fuente).
(Inhale) Espíritu de Dios,
(Exhale) muéstrame la verdad.(Inhale) Padre misericordioso,
(Exhale) abre mis ojos.(Inhale) Amoroso Maestro,
(Exhale) ilumina mi mente.
Cuando esté en calma, pídale al Espíritu Santo que le guíe y revele cualquier área donde haya sido demasiado duro consigo. Tómese su tiempo. Sea paciente y confíe en Dios. Él sabe con exactitud lo que usted necesita.
Una vez que el Espíritu Santo haya traído algo a su mente, explórelo haciendo una o más de las siguientes preguntas:
¿Qué estoy tratando de lograr al no perdonarme?
¿Qué tengo miedo de perder si me perdono?
¿Qué podría ganar si dejo ir mi culpa?
¿Trataría a otra persona de la misma manera en la que me estoy tratando?
¿Me estoy castigando porque eso es más fácil que reconocer mis errores y hacer las cosas bien?
Confíe en las Sagradas Escrituras para reformular lo que piensa
También puede ser útil explorar pasajes de las Sagradas Escrituras que hablen del perdón de Dios para los demás, recordando que esas palabras también se aplican a usted.
Aquí tiene algunos pasajes para considerar. Léalos en voz alta, repitiendo versículos, frases o palabras que le lleguen al corazón. Puede comenzar con:
Tener versículos a mano nos permite resistir con firmeza las artimañas del enemigo llevar cautivo todo pensamientoa la obediencia a Cristo” (2 Co 10.5). Del mismo modo, podemos estar atentos a nuestros pensamientos de falta de perdón, identificarlos y entregárselos al Señor. Cuando lo hacemos, levantamos nuestra mirada de nuestros fracasos y la dirigimos al rostro de Cristo que nos contempla con amor.

Cuando se dé cuenta de un patrón de pensamiento que le impide experimentar el perdón de Dios, intente reformularlo con estos pasos:
1. Nombre el pensamiento.
Por ejemplo: “Fallé por completo. No merezco recibir amor”.2. Enfóquese en la verdad.
Usando lo que ha aprendido de las Sagradas Escrituras como guía, pregunte al Espíritu Santo si ese pensamiento está en línea con lo que Dios dice.3. Reformule el pensamiento.
Diga algo como: “Sí, hice algo mal. Aun así, nada puede separarme del amor de Dios. Soy una persona digna” (Ro 8.38, 39).
Deje que su cuerpo le guíe
A veces es difícil comprender del todo algo abstracto como el perdón. En esos momentos, podemos usar el maravilloso cuerpo que Dios nos dio para ayudar a hacer tangible la elección a través de una práctica de oración encarnada.
Cuando necesite dejar algo ir, puede orar con las palmas de las manos hacia abajo, diciendo al Señor: “Te entrego el engaño de que negarme mi propio perdón es una indicación de santidad. Ayúdame a elegir un camino mejor”.
Cuando esté en condiciones para recibir la gracia que Dios ofrece, puede orar con las palmas hacia arriba y decir: “Recibo el perdón en el nombre del Señor Jesús”.
Cree recordatorios visuales
Una vez que supere un desafío espiritual y se haya perdonado, puede ser útil establecer un Ebenezer, o una piedra de ayuda. (Vea 1 S 7.12; Dt 27.1-8). Esto podría ser una piedra en el jardín, una planta en su ventana o cualquier otro objeto de significado especial. Cada vez que vea eso, que le sirva de recordatorio de que ha sido perdonado.
Ningún pecado es demasiado grande
Aunque Pedro lo negó tres veces después de prometer que moriría con Él, el Señor le dio a su discípulo la oportunidad de rectificar. Tres veces, el Señor le preguntó a Pedro: “¿Me amas?” y le confió de nuevo su llamado. (Vea Jn 21.15-17). El Señor sabía con exactitud lo que necesitaba el corazón culpable del discípulo, para que pudiera liberarse de la vergüenza y llevar a cabo su misión en el reino. El Señor Jesús también sabe lo que el corazón de usted necesita.
El camino hacia el perdón personal rara vez es una línea recta. Al igual que Pedro, podemos encontrarnos volviendo a patrones de culpa y autocondenación, incluso después de haber experimentado el perdón de Dios. Esto es parte de aprender a vivir en la gracia. El objetivo no es lograr el perdón propio perfecto de una vez por todas. En vez de eso, es que busquemos una mayor capacidad para reconocer cuándo nos estamos negando la gracia a nosotros mismos, y volvamos más rápido a la verdad de quiénes somos en Cristo.
Cada vez que practicamos recibir el perdón del Señor, fortalecemos la memoria muscular espiritual. Nos estamos entrenando para responder a la culpa con gracia en lugar de condenación. Con el tiempo, podemos notar que los intervalos entre nuestras luchas con el perdón propio se hacen más largos, o que somos capaces de superarlas con mayor rapidez.
Dejar ir la culpa implica acercarse más al lado de su Padre celestial, no alejarse de Él. Con el Señor, cada día es una oportunidad para comenzar de nuevo, caminando en la libertad y la plenitud de su gracia. Y cuando el día de mañana traiga otra oportunidad para perdonarse, puede abordarlo con la confianza que proviene de saber que la misericordia de Dios es nueva cada mañana (Lm 3.22, 23).