Cuando pensamos en el mandamiento de Cristo de amar a nuestros enemigos (Mt 5.44), nuestra mente se dirige a los bravucones, criminales, terroristas y otros villanos evidentes, personas que encajan muy bien en la categoría de “enemigo”. Pero este tipo de pensamiento en blanco y negro no incluye a la persona que experimentamos como amigo y enemigo a la vez. Ya sabe a qué tipo me refiero: a alguien por quien sentimos afecto, pero que también nos exaspera. Es ese tipo de personas que se pueden describir como “amienemigas”.
Ilustración por Jeff Gregory
Quizá su amienemigo sea un compañero de trabajo que siente celos de sus logros. Tal vez sea un compañero de clase que es amable un minuto y cruel al siguiente. Un amienemigo incluso puede ser un padre que se niega a aceptar a la persona con la que usted se ha casado o su vocación.
Las relaciones con los amienemigos surgen como resultado de muchos factores, incluyendo personalidades en conflicto, inseguridades profundas y limitaciones personales, por nombrar algunos. Como cristianos, sabemos que vivir en un mundo caído significa que nuestras relaciones también están moldeadas por nuestras tendencias pecaminosas. Esto significa que necesitamos la ayuda de Dios cuando se trata de amar tanto a nuestros enemigos como a nuestros amienemigos. Si permitimos que estas personas que nos sacan de quicio nos lleven a ponernos de rodillas en oración, podemos pedirle al Señor Jesucristo que obre en nuestras relaciones con ellas y, quizás más importante, en nuestro corazón.
Creamos esta guía para ayudarle a lidiar con las relaciones tensas. Ya sea que enfrente a un enemigo estereotípico o no, encontrará sugerencias prácticas para ayudarle a avanzar hacia una situación más benevolente. Es posible que nuestras relaciones difíciles nunca se “arreglen”, pero esperamos que usted se sienta preparado para abordarlas de manera diferente, aunque sea solo un paso en la dirección de la gracia.
Reflexione sobre el papel que juega en la relación
El primer paso para amar a sus amienemigos es reconocer algo incómodo: ¿Y si yo soy parte del problema?
Ninguno de nosotros es perfecto, lo que significa que siempre hay algo de lo que podemos responsabilizarnos en la relación. Tal vez sea una ofensa tan grave como un insulto, tan imperceptible como un corazón celoso, o tan profunda como una herida de la infancia.
Sin embargo, el objetivo de mirar hacia adentro no es castigarnos; es expandir nuestro corazón. Cuando reflexionamos sobre nuestras propias acciones y actitudes, recordamos cuánto necesitamos la gracia, al igual que nuestro amienemigo. Mirarnos con honestidad a nosotros mismos nos permite también ver a la otra persona con mayor claridad.
Hay muchas maneras de considerar su propio corazón, pero aquí tiene un par de ideas para comenzar. Recuerde que su autorreflexión no tiene que ser elaborada; puede tan solo nombrar su pecado y sus defectos. (Si desea orientación sobre la confesión, consulte el artículo “Cómo confesar el pecado sin castigarse a sí mismo”).
Permita que el Salmo 139.23, 24 (NTV) le ayude a entrar en un estado mental contemplativo. Léalo tantas veces como lo necesite.
Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón;
pruébame y conoce los pensamientos que me inquietan.
Señálame cualquier cosa en mí que te ofenda
y guíame por el camino de la vida eterna.
Luego, ore con las palabras de esos versículos. Dígalos al Señor mientras considera el papel que usted juega en la relación con su amienemigo.
Pregúntese: ¿De qué puedo responsabilizarme en mi relación con _____?
Si identifica actitudes o comportamientos que necesitan cambiar, pídale al Espíritu Santo sabiduría sobre qué hacer después. Tal vez necesite sentarse y reflexionar un poco más, o quiera procesar sus pensamientos en voz alta con un amigo. Quizás quiera pedirle perdón al Señor, o se da cuenta de la necesidad de disculparse con esta persona. Aunque ofrecer una disculpa y pedir perdón puede parecer intimidante, tenga ánimo: es una muestra profunda de amor y humildad, una que su amienemigo no puede pasar por alto.
Ponga en práctica ver y amar a su amienemigo como Dios lo hace
Puede que usted vea a alguien que le saca de quicio, pero ¿cómo ve el Señor Jesús a esa persona?
Él ve a alguien por quien decidió morir, un alma a la que Él ama con intensidad.
No es de extrañar, entonces, que el Señor Jesús nos llame a amar a nuestros enemigos. Él quiere que los veamos y los amemos como Él lo hace. Observe la segunda parte de este pasaje citada con frecuencia: “Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen, para que sean hijos de su Padre que está en los cielos” (Mateo 5.44, 45 NVI, énfasis añadido).
Piénselo un momento: los hijos imitan a sus padres. En realidad, nos volvemos más como Dios cuando imitamos al Señor Jesús amando a nuestros amienemigos. Ocurre una transformación en nosotros. Empezamos a ver a nuestros amienemigos a través de los ojos de Dios, deseando para ellos lo que Él desea para ellos. Y, lo que es más, cuando decidimos vivir según el camino de Cristo, participamos con mayor plenitud en su vida. Aquí tiene un par de maneras en las que podemos comenzar a ver lo que Él ve:
Intente un ejercicio de visualización. Imagine a su enemigo o amienemigo en el entorno donde siempre usted interactúa con esa persona: su lugar de trabajo, una reunión familiar, un evento en el vecindario, etc. Imagine al Señor Jesús acercándose y mirando a esa persona a los ojos.
¿Qué ve el Señor Jesucristo? Piense en cualidades, carácter, historia, heridas y esperanzas; intente nombrar cinco o seis. Luego considere todo lo que el Señor está viendo y que usted desconoce.
Imagine al Señor acercándose para abrazar a esa persona. Se abrazan por todo el tiempo que esa persona necesite.
Haga una oración por su amienemigo, y comience con algo pequeño. Por ejemplo: “Señor, ten misericordia de ______. Y ten misericordia de mí”. O “Señor, permite que ______ sienta tu presencia hoy”.
Considere repetir esa frase como una oración breve antes y después de interactuar con la persona.
Cuando vemos a nuestros enemigos a través de los ojos del Señor Jesús y los tratamos como Él lo haría, también invitamos a nuestros amienemigos a ser transformados. En Lucas 6.29, el Señor dice: “Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra”. Cuando sacrificamos nuestro derecho a desquitarnos, algo más impactante que cualquier golpe, podemos abrir los ojos de nuestros amienemigos a la realidad de un Dios amoroso que no nos trata como mereceríamos. Cuando vivimos como si este Dios hubiera hecho una diferencia en nuestra vida, ¡demostramos a nuestros amienemigos que Él también puede hacer una diferencia similar en la de ellos!
Ponga límites. ¡Después de todo, el Señor Jesucristo lo hizo!
Amar a un amienemigo no significa abrir de par en par la puerta de su vida sin considerar su propio bienestar. Los límites son saludables cuando se trata de personas que nos sacan de quicio.
Piense en una ocasión en la que el Señor Jesucristo puso límites. Después de convertir el agua en vino en las bodas de Caná, dio señales en Jerusalén, lo que llevó a los espectadores a creer en Él. “Pero Jesús mismo no se fiaba de ellos”, dice la Sagrada Escritura. “Porque conocía a todos, y no tenía necesidad de que nadie le diese testimonio del hombre, pues él sabía lo que había en el hombre” (Jn 2.24, 25).
El Señor se reservó algo de sí mismo porque lo necesitaba en ese momento. Observe que el texto no dice que no amaba a esas personas -solo que no se fiaba de ellas. Sabía que eso no terminaría bien.
Cuando se trata de amienemigos, nosotros también podemos necesitar reservarnos algo de nosotros mismos. Amar a los amienemigos a veces significa evitar ciertos temas o situaciones en aras de mantener la relación. Solo usted y el Espíritu Santo saben cuáles podrían ser esas áreas.
Aquí tiene algunas preguntas para ayudarle a comenzar a pensar:
¿Cuáles fueron algunas circunstancias que le hicieron sentir incómodo o herido en el pasado?
¿Necesita evitar ciertos lugares, compañías o temas?
De qué manera quiere mantener ese límite: comunicándolo con claridad de antemano, desviando la atención en ese momento, o de otra manera?
Si no está acostumbrado a poner límites, esto puede parecer difícil, incluso incorrecto, a veces, mantenerlos. Pero no tiene que resolver las cosas por su cuenta.
Lo más importante es que siempre tenemos al Espíritu Santo dentro de nosotros, quien promete guiarnos, incluso en situaciones difíciles. Considere usar esta oración para ayudarle a lidiar con los límites de la relación con su amienemigo:
Espíritu Santo, dame sabiduría para saber cuándo relacionarme con ______ y cuándo alejarme. En el nombre del Señor Jesucristo, amén.
Haga su parte para fomentar la paz
En la carta de Pablo a la iglesia en Roma, hay una sección que habla sobre cómo los creyentes deben responder a enemigos y amienemigos (Ro 12.14-21). Es un párrafo provocador que no solo se hace eco del mandamiento del Señor Jesús de poner la otra mejilla, sino que va aún más lejos, diciendo: “Bendigan a quienes los persigan” (Ro 12.14 NVI). Sin embargo, en medio de todas estas ideas desafiantes hay un versículo que a menudo se pasa por alto: “Si es posible, en cuanto dependa de ustedes, vivan en paz con todos” (Romanos 12.18 NVI, énfasis añadido).
Aunque no podemos controlar a otras personas ni cómo nos tratarán, la frase “en cuanto dependa de ustedes” nos recuerda que tenemos un papel cuando se trata de cultivar la paz con nuestros amienemigos. Al igual que el Señor Jesús, quien vino como el Príncipe de Paz, podemos hacer de la paz nuestra misión prioritaria. Podemos enfocarnos en interactuar con gracia con nuestros amienemigos en lugar de caer en discusiones tontas que exacerban los conflictos existentes. Por otro lado, debemos reconocer que no podemos controlar una relación. Solo podemos controlarnos a nosotros mismos, y más allá de eso, es territorio de Dios.
La próxima vez que sepa que verá a su amienemigo, pregúntese: ¿Cómo puedo sembrar semillas de paz en esta relación? Ore para que Dios le capacite como pacificador y para que Él obre en el corazón de su amienemigo. Y luego, sea fiel con su parte y confíe el resto al Señor.
Cuando usted invita al Señor Jesús a la relación, ya no está limitado a lo que pueda hacer solo. ¿Recuerda esa frase en Lucas donde el Señor dice: “Lo que es imposible para los hombres es posible para Dios”? (Lc 18.27). Mientras ama y ora por sus amienemigos, trate de relacionarse con ellos como si Dios ya estuviera obrando en sus vidas, haciendo posible lo imposible en su relación.
Puede que vea o no cambios en su relación, o tal vez no de inmediato, pero está bien. Sea paciente con su amienemigo, así como Dios es paciente con nosotros, amándonos a largo plazo, incluso cuando a menudo nos relacionamos con Él como amienemigos.
Siga adelante y no pierda la esperanza, sabiendo que Aquel que vino a enderezar nuestra relación con nuestro Creador también puede reparar las relaciones humanas.