Cuando era niño y veía películas, me ponía en los zapatos de los personajes más cercanos a mi edad. Recuerdo que fui al cine a ver E.T. El Extraterrestre con una fascinación asombrosa. Al vivir el momento y ser cautivado por la magia del descubrimiento, me sentía como uno de los niños de la película. Sus aventuras eran mis aventuras.
Ilustración por Jeff Gregory
Pero al volver a ver E.T. como adulto, noté que los padres, que antes parecían ser secundarios en la historia, ahora eran estructuralmente importantes. Sus luchas y responsabilidades, que no percibía de niño, captaron mi atención. Parecía que estaba viendo una película del todo diferente.
He experimentado algo similar al volver a leer libros. Cuando leí por primera vez la novela de Wendell Berry: Andy Catlett: Primeros viajes, la disfruté por el lenguaje poético de Berry y la forma en que captaba la vida rural. Sin embargo, al volver a leerla años después, me encontré lamentando mis propias pérdidas junto a Andy —en especial, mi abuela y su casa. Cuando era niño, viví con ella un tiempo, y al releer la novela, vinieron a mi mente escenas de esa vida más tranquila con ella: los paseos a la escuela y los viajes en autobús a la iglesia; cuando atrapaba luciérnagas en las noches de verano mientras ella observaba desde el porche trasero; y, sobre todo, cuando escuchaba sus historias, sentados en las sillas de jardín hasta que llegaba la noche. Era la forma en la que ella contaba las historias, la manera en la que las personas pasaban a ser algo más que nombres, lo que me hizo querer ser escritor. Ahora que ella ya no está, la novela de Berry se ha convertido en un espejo que refleja a la par quién era yo y quién soy.
Pero la realidad es que estas películas y estos libros no han cambiado en absoluto—quien ha cambiado soy yo. Los acontecimientos y las relaciones que he experimentado me han transformado por dentro y por fuera, dándome anillos de crecimiento como los del tronco de un árbol. Estas capas alteran ante todo la manera en la que encuentro el mundo. Y cuando vuelvo a lo que antes me resultaba familiar, descubro que me habla de maneras inesperadas.
Las Sagradas Escrituras a través de nuevos ojos
Quizás los reencuentros más profundos que he tenido han sido con la Sagrada Escritura. Al ir creciendo, leía la Biblia casi como un libro de texto, con el entusiasmo de un estudiante por discernir, aprender y aplicar sus lecciones. Me identificaba con personajes como Juan Marcos y Timoteo, ambos jóvenes discípulos guiados por Pablo. Las cartas del apóstol a Timoteo parecían ser justo el tipo de sabiduría que alguien como yo necesitaba.
Pero a medida que pasan los años, encuentro que mi corazón y mi vida están cada vez más en sintonía con el de Pablo. En su lenguaje, en especial en su deseo y urgencia de transmitir sabiduría antes de que se agote el tiempo, veo el peso de sus palabras, la responsabilidad que siente de darle a Timoteo todo lo que él necesita para vivir y amar. Es una perspectiva que no podía comprender por completo como lector joven.
Luego están los versículos del Salmo 23, el primer salmo que aprendí. Él me confortaba cuando era niño: un buen pastor cuidaba de mí. Como adulto, aún siento alivio, pero también escucho un llamado a imitar el amoroso cuidado del pastor hacia los demás.
Este cambio de perspectiva, algo así como darle vuelta a un diamante para captar la luz desde otro ángulo, ha profundizado mi aprecio por la naturaleza viva de la Biblia. La Palabra de Dios nos habla de diferentes maneras en diferentes momentos de nuestra vida, ofreciendo nuevos conocimientos a medida que crecemos. La belleza ha sido darme cuenta de que estas interpretaciones en evolución no son contradicciones, sino capas, que añaden riqueza a mi fe y me fortalecen “como un árbol plantado junto a corrientes de aguas” (Sal 1.3).
Al mirar atrás, me asombra cómo mis diversas perspectivas se entrelazan. Cada reencuentro es como un hilo que aporta profundidad y textura al tapiz de mi vida, un tapiz tejido con recuerdos, crecimiento y descubrimiento. Cuando vuelvo a una novela, un poema, un pasaje de la Biblia, llevo conmigo todo lo que he ganado, y perdido, en el camino. Y Dios, el maestro tejedor, entrelaza incluso lo que parece desconectado en una imagen que no podría haber visto sin la perspectiva de los años. Como le dice Frodo a su amigo Sam en El Señor de los Anillos, las personas en la historia por lo general no saben cómo termina, pero siguen adelante y aprenden en el camino.
A veces me siento tentado a lamentar la simplicidad de mi yo más joven, a desear volver a ver las cosas con la misma maravilla y sin filtros, como lo hacía al principio. Sin embargo, cada vez valoro más la complejidad que adquirimos con el paso del tiempo. Volver a materiales queridos me permite ver cuán lejos he llegado, discernir las maneras en las que mis experiencias me han moldeado. Es un recordatorio de que el crecimiento es continuo y que cada etapa de la vida ofrece su propia sabiduría. Que nuestro viaje no se trata de alcanzar un destino, sino de abrazar el proceso, con cicatrices y todo.
Reencontrarme con el pasado ha cambiado la manera en la que veo a Dios obrando en mi vida, incluso hoy. En la actualidad me estoy preparando para un nuevo trabajo, dejando atrás un lugar por otro, y sé que tarde o temprano volveré a reconsiderar estas experiencias. Alguna otra historia me ayudará a ver esta fase como parte del tapiz más grande en lo que se está convirtiendo mi vida. Mientras tanto, me recuerda saborear el presente, ver la belleza y la maravilla en la vida ordinaria y cotidiana, tal como lo hacía cuando era niño viendo E.T.
Las historias que amamos, los poemas que nos conmovieron, las escrituras que nos formaron permanecen sin cambio. Pero los llevamos con nosotros, y nuestra percepción crece al hacerlo, ofreciendo nuevos significados a medida que evolucionamos. No hay límites para las maneras en las que la sabiduría de Dios puede ser revelada a nosotros.
He llegado a ver mis cicatrices y anillos de crecimiento como evidencia de la fidelidad del Señor, guiándome a través de temporadas de alegría y tristeza. Con el tiempo, Él me ha dado una imagen más completa y más rica de quién soy en Él. Espero seguir invitando a Dios a hablarle a la persona que soy ahora, incluso al recordar a la persona que solía ser, y Él me orienta hacia la persona en la que me convertiré.